El pasado 29 de febrero los alumnos de 4º ESO, 1º y 2º de Bachillerato asistieron en Logroño a la representación de Don Juan Tenorio de Zorrilla.
En un principio, más de uno cuando vio la desnudez del
escenario se asustó. En el centro tan solo una caja de mimbre y unas sillas
plegables. Los temores fueron en aumento cuando la presentadora anunció que los
actores no emplearían ningún tipo de megafonía. A quienes aún recordaban el
argumento les desasosegó más todavía que el tabernero del Laurel, Buttarelli,
fuera una mujer.
Pero transcurridos unos minutos todo comenzó a fluir. Las
soluciones imaginativas de las que el director se valió para sortear el
problema del reducido número de actores a más de uno dejó con la boca abierta.
Don Gonzalo de Ulloa y don Diego Tenorio estaban simbólicamente representados
por sendas capas a las que actrices que a la vez encarnaban a otros personajes
daban voz.
Tan sólo durante la segunda
mitad de la primera parte decayó un tanto el interés (el rebullir de los los
alumnos --un público exigente--, así lo demostró). No es de extrañar, ya que
con tan pocos medios y con tan solo cuatro actores hay que reconocer que es
verdaderamente difícil representar con claridad y sin atropello las idas y
venidas de don Juan y don Luis Mejía.
Pero todo se encarriló tan pronto como comenzó la segunda
parte. La difícil escenografía con la que se abre (el jardín del palacio de los
Tenorio donde han sido enterradas todas las víctimas de don Juan) estaba
resuelta con una habilidad más propia de las grandes representaciones que de
las compañías escolares. La actriz que encarnaba a doña Inés aparecía con la
luz a sus espaldas tras un biombo cubierto por un velo transparente y en una
posición hierática, lo que la hacía parecer un verdadero fantasma. No es de
extrañar que cuando comenzó a hablar nadie pusiera en duda la verdad de los
hechos.
Este mismo hallazgo escénico sostuvo también la escena
final. Ninguno de los presentes puso en duda la salvación del diabólico don
Juan, pues allí estaba doña Inés muerta y, a la vez, enteramente viva librándolo
de las penas eternas del infierno, después de haber dado muestras de su desaforado
amor al aceptar ante el mismísimo Padre Eterno que o se salva con don Juan o se
condena con él.
Al final, todos contentos; doblemente contentos, porque,
para acabar, los actores entablaron con los espectadores un diálogo ilustrativo
en el que de buen grado respondieron las preguntas que estos les fueron haciendo
(todo se diga, una más interesantes que otras). Entonces nos enteramos de que
uno de los actores había actuado con Els Joglars, lo que ilustra lo azarosa y,
sobre todo, difícil que puede llegar a ser la vida de estos
profesionales.
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